Iba para cura pero acabó como camarero en el burdel de su padre. Salió de allí gracias al rock. O gracias a Platero y tú, para ser más exactos, la banda que montó junto a otro tres chavales de su barrio. Luego se separaron y los fans aún siguen planteándose cuáles fueron los motivos, así como si volverán algún día o no. Le preguntamos por estos dos temas. También por sus veinte años con Fito y Fitipaldis, cómo vivió la llegada del gran éxito al mismo tiempo que su vida se desmoronaba, la política, la religión, su relación con las drogas… Y, por supuesto, el pánico que cogió al escenario al acabar su última gira y la crisis creativa que está pasando. Aunque viéndole nadie lo diría: Adolfo «Fito» Cabrales (Bilbao, 1966) sigue desprendiendo energía y buen rollo.
- Cumples veinte años con Fitipaldis y lanzas Fitografía, una caja recopilatoria.
- Estaba en casa intentando hacer canciones y no me salía ni una o, por lo menos, ninguna que me apasione. Me llamó Polako, mi mánager, y me dijo que habían pasado veinte años del primer disco de Fitipaldis, A puerta cerrada. Yo no lo sabía, pero tampoco le hice más caso. Pensé: joder, veinte años, qué bien, ya comemos un día [risas]. Hablé con Carlos Raya y me dijo lo mismo. Me propuso hacer una gira. Así sales del puto agujero, me dijo, que parece que das pena [risas]. La discográfica también empezó a pensar en celebrarlo con una caja para los fans, lo típico. El proyecto empezó a ilusionarme porque no se trata de un recopilatorio, de juntar las canciones, te doy mi gorra y la vendes en una caja. Hemos juntado también todas las colaboraciones que habíamos hecho. Salían más de treinta y hemos tenido que quitar porque eran demasiadas o por razones técnicas, o porque algunas bandas ya ni existían. Para mí esa es la parte más divertida. Se han implicado también muchos periodistas, músicos, y la caja ha cobrado sentido y he conseguido emocionarme lo suficiente.
- ¿Y te sientes orgulloso al ver todas esas canciones de estos veinte años o te pones en plan crítico?
- Es difícil. Me resulta más fácil juzgar las canciones antiguas. En el último disco veo los fallos y me sigo planteando por qué lo hice así. En cambio, si hay un océano de tiempo, puedo escucharlo como si fuera de otro artista, ya no soy yo. Soy yo, claro, pero es como ver un álbum de fotos. Ya no siento la vergüencita de qué mal canto o cosas más técnicas, como por qué metimos este reverb o este ampli. La distancia me da el prisma adecuado. Pero yo creo que, en general, a nadie le gusta escucharse demasiado.
- ¿Tienes la sensación de que cantas mal?
- No, yo no canto mal.
- Lo acabas de decir…
- Tengo claro que hay un abismo entre cantar bien y ser un excelente cantante, y yo no soy excelente cantante, yo defiendo mis canciones.
- Excelentes cantantes hay mil y no le interesan a nadie.
- No creo que cantar bien sea tener una voz prodigiosa. Mis cantantes preferidos no la tienen, aunque algunos sí. Cuando digo eso es por modestia, pero también quitándole valor a tener una gran voz. Para mí, un cantante excelente es Eric Clapton, que cada vez canta mejor, pero como toca la guitarra parece que nadie se da cuenta. A mí lo que me gustaría es cantar como Otis Redding, tocar la guitarra como Eric Gales y tener un flequillo precioso, pero sé que no puedo [risas].
- Has incluido una canción de Platero.
- Es que son veinte años con Fitipaldis pero treinta con Platero. Es una canción de Platero versionada por Fitipaldis.
- ¿Por qué «Entre dos mares» y no otra?
- La discográfica me propuso que metiera un canción nueva y yo dije ¡noooooo! ¿Cómo vas a joder un cumpleaños celebrando el de otro? No puedo incluir un tema nuevo, eso es otro proyecto. Pero tratando de mediar, en vez de ponernos en plan tú eres Puigdemont y yo soy Rajoy [risas], pensé en hacer algo que nos gustara a todos, y se me ocurrió hacer la canción de Platero. Yo sin Platero no habría llegado aquí. Pues celebremos a Platero. Pero imagínate cuando eso se lo cuentas a la gente y todo el mundo se pone a opinar: tienes que hacer esta, la mejor de Platero es la otra… Horrible. Ahí, democracia, cero [risas]. Dejadme en paz porque tengo ahora que revisarlo todo y menudo curro. Había varias candidatas, pero muchas no podía. Yo no me veo cantando ahora «Rompe los cristales» por la letra. Mañana cumplo cincuenta y un años. En cambio, otras sí, como esta, que tiene más de veinte años, pero lo que dice es lo que pasa ahora. Me resultaba muy cómodo.
- Las colaboraciones en la música, ¿cómo funcionan?, ¿las propone el artista o se las marca la discográfica? En tu caso hay algunas muy lógicas: Extremoduro, El drogas… Pero otras, como Rosana o Pedro Guerra, parecen más lejos de lo que haces.
- En la música parece que todos estamos alejados, pero España es un país en el que todos nos conocemos de muchos años y muchas giras. Esto no es yo soy de Alabama y tú de Nueva York. Aquí ves a todos en Burgos. España es muy pequeña, haces giras y te ves, te controlas, admiras a los demás. Los músicos admiramos mucho a los demás por temas artísticos o personales, y cuando se juntan ambas cosas es genial, no hay dudas. ¿Quieres hacer una canción conmigo? Sí, joder, vamos a jugar a dobles. Y a veces también pasa lo que dices tú y la discográfica te cuenta que no sé quién quiere que cantes en su disco, y tú no lo conoces. En mi caso siempre lo decide todo la canción. Si tú me presentas un tema y me gusta, lo quiero cantar. Aunque hay veces que estás más receptivo y otras te parece un exceso de trabajo.
- Supongo que habrás dicho no a muchísima gente.
- Pues sí, hace poco le tuve que decir no a Vito, de Sínkope, y a Rulo, y no por razones personales, porque en cuanto empiece la gira voy a llamar a Rulo para que cante conmigo, y a los Sínkope. Pero no podía, estuve mirando calendarios y no tenía tiempo, y llamar a un tío para decirle que no es una putada.
- ¿Y decir que no porque no te gusta la canción?
- Sí, hay veces que dices que no quieres esa canción, que no te ves. Con Vito de Sínkope tengo confianza y se lo dije: mándame más canciones. Con Enrique El Drogas él me sugirió una canción y yo le dije que otra. Ahí no hay problema. Lo duro es decir no tengo tiempo y es verdad, a veces no te da tiempo a hacerlo todo.
- ¿De verdad hay tan buen rollo en el mundo de la música y sois todos tan colegas o también hay muchos malos rollos y grandes enemistades?
- Me imagino que hay de todo. Bueno, yo he vivido de todo. Pero me gustaría trasladar que la mayoría no confundimos al enemigo. No sé por qué hay que enfrentar a la gente de la misma profesión, habrá quien se aburra o a quien no le interese la música y le interesen otros temas. Cuando a mí me vienen con que no sé quién ha dicho no sé qué, o por qué he grabado con este o el otro… Me da igual lo que digan de mí. Yo no voy a disparar a un músico. Mi enemigo nunca es un músico, nunca, aunque me ponga a parir, aunque diga que soy feo, que canto mal o que no le gustan mis discos… Esa es mi forma de entender la vida. Si yo estoy dispuesto a recibir aplausos, que lo estoy cada vez que me subo a un escenario, también estoy dispuesto a recibir cualquier comentario profesional, cualquiera, como «vaya mierda de disco has hecho». Pues claro, si yo hago los discos para mí.
- ¿Alguna vez te ha dicho eso alguien a la cara?
- No, nadie te lo dice a la cara.
- Al revés, eso solo te lo puede decir un amigo de verdad, ¿no?
- Sí, y aun así, aunque te lo diga un amigo. Yo ahora estoy intentando hacer un disco y digo que el 90%, no, el 98% de lo que se me ocurre es una puta mierda, vaya mierda de canciones que hago. Eso lo digo yo el primero. Si cada vez que quiero hacer una canción me saliera, joder, es que yo sería la hostia, sería Paganini, o Mozart, o yo qué sé, Bob Dylan. Me imagino que a nadie que quiera hacer algo le sale siempre. Al revés, la mayoría de las veces soy incapaz de escribir o de tocar algo bonito que me guste. Lo que te quiero decir es que me da igual lo que los demás opinen porque ya paso mis propios filtros. Como si no te gustan mis pantalones, me da igual, el mundo sigue girando.
- Hombre, una canción es más personal y más importante, lo de la canción duele más.
- La canción me duele más a mí, pero tiene la misma importancia: una puta canción es una puta canción. Yo le doy todo el valor que tiene a una canción, pero, joder, no es la vacuna contra el cáncer, es una puta canción.
- Estás insistiendo mucho en esa fase de bloqueo en la que estás. Hace años, hablabas de diarrea de canciones; ¿cada vez te cuesta más escribir?
- Sí, sí, sí.
- ¿Es porque cada vez eres más exigente?
- O porque tengo menos neuronas o lo que sea [risas]. No lo sé.
- ¿Tienes también la sensación, cuando te pones a escribir, de que eso ya lo has contado antes?
- Hay de todo un poco, se juntan muchas cosas. De repente dedicas menos tiempo. Yo tengo tres hijos y no tengo seis horas al día, o siete, para tocar la guitarra. Cuando ellos se van, cada vez que se va mi mujer con los hijos, aprovecho y me da tiempo a todo [risas]. Te das cuenta en esos momentos. Yo con dieciocho años solo vivía para la música, ahora gracias a Dios mi mundo se ha hecho mucho más extenso, más grande. Eso seguro que es una de las razones: cuando menos tiempo estás trabajando, menos te cunde. También tienes razón en esa sensación de yo esto ya lo he contado. Luego, musicalmente te asaltan dudas. No se trata de hacer canciones, se trata de dónde quieres llegar. O sea, musicalmente cómo las quieres grabar. Eso es algo un poco inexplicable, tienes que pensarlo mucho. ¿Qué estás escuchando?, ¿cuál es la música que te acompaña y que te define en este momento? No hace cinco o quince años, ¿ahora mismo qué es lo que te define musicalmente? Y a veces no te define lo que escuchas. No son cambios radicales. Yo no pienso en cambios radicales, no pienso en hacer lo contrario de lo que ya he hecho, pero uno se tiene que plantear, como artesano, como músico, esos pequeños cambios de los que luego la gente casi ni se da cuenta, como que un contrabajo es mejor que un bajo o que ese ampli es mejor que el que usabas.
- Pero eso ya es en la segunda fase, ¿no? Cuando te planteas grabarla.
- Sí, pero es que cada canción puede ser de muchas formas y a lo mejor es el acento de la canción lo que hace que te guste, porque el principio, el big bang, es el mismo.
- Ese principio sigues siendo tú en la cocina con la guitarra.
- Sí, sí, sí, sigue siendo en la cocina la mayoría de las veces. El principio es el mismo. Es lo único que no ha cambiado: una melodía, con una letra que vas encajando de puro cabezón que eres. Eso es lo único que existe igual, el resto cambia y es también importante. [Un breve silencio en mitad de su discurso torrencial]. Es gracioso, porque luego alguien escucha la canción y dice me gusta o no me gusta, y así tiene que ser. Yo a veces pienso que he hecho cambios que se notan mucho y luego la gente no los nota. A veces también he pensado que el siguiente disco no lo voy a cantar yo y así todo el mundo dirá que ha cambiado la hostia. En el siguiente disco mantengo a los Fitipaldis, la producción, el estudio y no canto yo, y todo el mundo dirá que es diferente, pero simplemente porque he cambiado la voz. El resto de cambios que hagas en tu vida nunca van a ser suficientes para la gente, porque eres tú el que sigues cantando.
- Sigues presumiendo de no haber grabado nunca una canción de relleno.
- Sí, claro, a ver…
- O sea, en todas tus canciones estás implicado, hablan de ti y para ti son necesarias o importantes.
- Yo no digo que no haya grabado canciones de mierda, seguro que sí he hecho cosas de mierda, e incluso he hecho cosas peores que canciones, pero yo nunca sé cuándo voy a grabar, nunca he grabado cada dos años, o cada tres… Suelo tardar cuatro años. En este caso estoy tardando más. Será que me lo tomo en serio, joder, hostia.
- Al hacer canciones tan personales, ¿alguna vez te has censurado o has dicho no quiero hablar de esto?
- Sí, he tenido la duda de decirlo o no. Al final, creo que casi siempre lo he dicho. Ahora, por ejemplo, en lo que estoy escribiendo hay alguna canción en la que digo que la vida pasó muy rápido, a la velocidad de dos gramos por segundo. Lo tengo escrito, lo veo y pienso si a la gente eso le va a parecer ocurrente. A mí me resulta gracioso, pero visto desde fuera… Eso es una censura, ¿no? Porque te estás planteando qué piensa la gente de lo que has escrito, y cuando pasa eso digo «sí, tiene que ir» [risas].
- Durante una temporada estuviste sin cantar «Corazón oxidado».
- Hombre, porque decía que estaba enganchado al speed.
- ¿Era solo por eso o por algo más?
- Y porque para mí es de las canciones más emotivas. Esa es la única que he hecho en una noche. Yo nunca he escrito una canción ni en una noche ni en un mes, y esa me salió de una forma que me quedé asustado. Tanto que guardé los folios donde la había escrito y se los regalé a un amigo. Fue emotiva hasta en la forma que me salió, y es una letra larguísima, no es de tres estrofas. Me salió como si estuviera poseído. Para mí es muy especial y hubo un tiempo en el que yo no estaba muy homologado [risas], me costaba cantarla. Supongo que les pasará a todos los músicos, que todos tendrán alguna canción que les resulta más emotiva.
- Ahora ya la cantas.
- Sí, la canto y me río.
- ¿Sigues diciendo que tu corazón está enganchado al speed?
- Ahora digo que no está enganchado al speed. No me lo creo pero lo canto [risas]. Porque uno siempre es alcohólico y algo drogadicto para el resto de su vida.
- ¿Has dejado de cantar alguna canción porque te cansaras de ella?
- «Rojitas las orejas» me cansó un montón, pero ahora la estoy recuperando porque esta gira va a ser para celebrar el veinte aniversario y fue la primera canción de los Fitipaldis. Antes de salir el primer disco, yo la cantaba por los bares y todo el mundo me preguntaba qué canción era esa. Pero luego ya no me moló. En esta gira me he vuelto loco porque la quería recuperar. Al final di con la solución: no me gustaba cómo sonaba con la banda y le he hecho un arreglo para tocarla yo solo. Ahora me gusta.
- ¿Te has planteado componer para otra gente?
- Lo he hecho solo una vez, para Fernando Martín, de Desperados, pero no me volvió a salir nunca más.
- ¿Era una canción que ya tenías o la hiciste especialmente para él?
- La hice para él. Me la pidió y le dije: «Joder, Fernan, con lo que me cuesta escribir para mí» [risas]. Pero a mí Desperados me encantaban y siempre he cantado muchos temas suyos, como «La tormenta». No sé si fue por eso o por la ilusión de poder componerle una canción, pero nunca más he podido hacerlo, y ya me gustaría.
- ¿Te llena más componer o actuar?
- Son dos cosas completamente enfrentadas. Componer es «qué miedo me da», pero no me expongo ante nadie, estoy yo solo. Actuar es muy divertido, es una fiesta, pero me expongo y cada vez me gusta menos exponerme. Si me lo preguntas hace veinte años, te hubiera dicho que actuar. También es verdad que tocar es tocar, si no tuvieras la meta de salir de gira, esto no tendría mucho sentido. Muchas veces hemos dicho que los discos son excusas para salir a tocar.
- En el libro Cultura de bar, le contabas a Darío Vico que cuando componías y te salían las cosas te sentías como si fueras Dios.
- La recompensa de hacer una canción no es comparable con nada: el mundo gira porque tú le has dado la vuelta. Pero también el reconocimiento público de estar cantando una canción y que todo el mundo la cante es brutal. Yo a veces me planteo que es muy divertido cuando toco sin la necesidad de que pasen tantas cosas. Imagínate: desde que acabé la última gira tenía una especie de pánico a salir al escenario, lo pasé bastante chungo. Nos pasa a todos, tampoco soy raro…
- ¿Por qué tenías ese miedo? ¿Qué pasó?
- Yo creo que cargas el cupo, no quieres exponerte más.
- ¿Es por miedo a cagarla en el escenario o por qué?
- Yo creo que es sobreexposición, no querer ser juzgado, o miedo a no tener la voz… Yo qué sé… No me preocupo demasiado porque ya te digo que a todo el mundo nos ha sucedido alguna vez… Nos da una especie de pánico…
- ¿A alguien como tú, con más de treinta años de experiencia?
- No, no es un pánico de fobia, es un hartazgo, es por qué cada vez que voy a tocar tengo que recibir a tres concejales o visito no sé qué sitio y no puedo salir del hotel… Con lo fácil que es tocar… Y pasó así, acabó la gira y dije no quiero tocar nunca, me llamó gente y le dije que no, sin problema, que no me apetecía nada subirme a un escenario, y todo el mundo lo entiende porque a todo el mundo le ha pasado… Y este verano, estaba tan tranquilo en Guernica y me llamó Amparo, de Amparanoia, que iba a tocar en las fiestas y yo había hecho una versión suya. Me llama y me dice que si tocamos. Pues sí, y me sale tan natural, porque además me mola mucho esa canción y me mola mucho Amparo. No había que avisar a nadie ni hacer nada, bajaba yo con mi ampli y mi guitarra, a cinco minutos de casa, montamos, ensayamos porque no habíamos tocado la canción juntos y de ahí al concierto. Hicimos dos canciones y me pareció tan sencillo que me gustó. El otro día también estuve en un aniversario de Harley en Basauri y había unos chavales que me preguntan si subo a tocar con ellos. Pues sí, vamos a tocar, ¿qué tocamos? Supermaravilloso. En el momento que haces una gira y tienes que prepararlo todo, la recompensa es brutal, pero para tocar un puto concierto me paso todo el puto día metido en una habitación del hotel, que no es nada divertido.
- ¿Por eso la próxima gira va a ser solo en veinte ciudades o es para no distraerte del nuevo disco?
- No, es para no distraerme. Si estoy dos o tres meses de gira, no me corta, no me saca del disco.
- Pero has dicho muchas veces que te resulta más fácil vivir cuando estás de gira que cuando paras y vuelves a la vida real.
- Me refiero a que tienes que priorizar cosas. Cuando estás de gira lo único que priorizas es que tengas voz, no estar enfermo, y si tienes 38 de fiebre, buscas a un médico que te chute Urbason y que puedas salir. Es tu única prioridad, y el resto del mundo, como sabe que estás de gira, te olvida y no quiere saber nada de ti porque ni siquiera vas a coger el teléfono.
- Es como la droga, ¿no?, como estar enganchado: solo te preocupa conseguir la dosis.
- Sí, sí, claro, y la vida normal, la que tenemos que vivir todos, es más complicada.
- Me llamó mucho la atención que, cuando entraste a desintoxicarte, a las dos semanas te mandaron de gira en lugar de mandarte a casa para que descansaras.
- Es como la salvación. Se plantearon qué iba a hacer si me mandaban a casa. Eso es genial. Yo ahí tengo mucha suerte y mucha gente no, yo tengo algo que está por encima de todo: la música. Es lo que más quiero en este mundo y lo que me lo ha dado todo, y no hablo desde el punto de vista material. Hablo de todo: los amigos, mi mujer, mi vida, todo me lo ha dado la música. Hasta me ayudó en esa situación. Los médicos dijeron: «Suéltale de gira», porque cuando yo estoy solo en casa tengo más peligro que la hostia, pero luego soy muy responsable y, si estoy de gira, no se me ocurre beber, drogarme o foll… [empieza la palabra pero no llega a terminarla]. Tengo que salir delante de diez mil personas y quiero estar superman todo el rato. No puedo, no puedo…
- Por lo que contaba José Bruno en el libro que escribió sobre la gira que hizo con vosotros, te preocupa mucho que los músicos estén bien, a gusto. Él decía, por ejemplo, que vuestra banda es con la que mejor se come.
- [Risas] Pero en eso vamos a tirar de Ikurriña, aunque no me gusta tirar de bandera [risas]. Es por ser vasco.
- ¿Hay por tu parte ese afán de cuidar a tu gente y que estén bien?, ¿es importante para ti?
- A mí me gusta, si voy a cualquier sitio, que se preocupen por mí o que me tengan en cuenta. Eso es dar valor a la gente, y luego exijo mucho también. Quiero que la gente se sienta agradecida, como yo estoy agradecido porque trabajen conmigo. A parte de eso, me considero un tío bastante sociable, y si vienes a mi casa y me pides una Coca-Cola, le pongo dos hielos, limón y un posavasos. No te digo que vayas a la nevera y la cojas tú. Eso también se traslada a tu vida profesional.
- ¿Seguís viajando todos juntos en la furgoneta?
- Sí, pero ahora voy a romper esa norma. A la gira anterior no pudo venir mi mujer porque la niña era muy pequeña, pero ahora o me llevo a la familia o no salgo de gira. Voy con la niña y con Marisa, así que esa norma la rompo. Tenemos que ir los tres más alguien que conduce y alguien que nos ayuda con la niña, porque Marisa curra también en la gira. O sea, que de casa ya salimos cinco. Pero la furgoneta siempre me ha gustado. Para mí la furgo es rock and roll. Lo que odio son los aviones. No, los aviones, no. Odio los aeropuertos [risas], los aviones son geniales. La semana pasada vinimos a Madrid en avión y estaban todos hasta los cojones de aguantarme, yo en el aeropuerto diciendo que todo era una mierda [risas], encima soy como Ironman y me tengo que quitar los pendientes, las pulseras [risas], y luego hacerte fotos, la gente que te saluda… Aunque la verdad es que eso te entretiene. El resto es una chapa.
- En Platero, en la última etapa, decías que habíais dejado de viajar juntos como un síntoma de que las cosas no iban bien y habíais perdido el buen rollo.
- Es una de las sensaciones, pero no hay una única causa cuando la gente se separa. Platero se separó profesionalmente porque antes se había separado personalmente. Dejó de haber esa interacción entre cuatro chavales que ya no eran tan chavales, los ensayos dejan de ser la prioridad, yo voy con mis colegas a los conciertos y tú con los tuyos… Cosas normales.
- ¿Se nota en el escenario cuando ya no hay esa complicidad?
- Yo creo que se debe notar, pero no lo sé, no tengo la garantía y me podría engañar cualquiera. Hay bandas como Police, que les ves, tocan de puta madre y luego se mataban entre ellos. O ves a los Guns N’ Roses y ni se saludan. Se puede disimular, pero yo no quiero llegar ahí, voy a hacer todo lo posible para no llegar a estar incómodo en un escenario.
- ¿Es difícil la convivencia entre músicos?
- Yo llevo treinta años y ahora mismo es fácil, después de todo este tiempo, has pasado por mucho y has limado muchas cosas.
- ¿Por qué te cuesta tanto encontrar batería?
- [Risas] Es lo que más ha cambiado.
- ¿Es un problema tuyo o es que los baterías son especiales? Siempre suele decirse que están detrás, un poco al margen de todo…
- El culpable de la mayoría de los problemas soy yo, porque soy el que decido. En el rock, el pop y toda la música que viene del blues y del soul, la batería es fundamental. Están detrás, pero para nosotros están delante, y el bajista también… No sé por qué he cambiado tanto. Al principio cambiaba mucho de músicos porque, una vez que trabajas en solitario y puedes cambiar en cada disco, te lo tomas como una herramienta, pero ahora llevo ya unos años sin cambiar porque estoy muy a gusto.
- Ahora, a diferencia de en Platero, el que mandas en la banda eres tú. Antes hablabas de democracia cero.
- Sí o, por lo menos, si quieres que suceda algo, me tienes que engañar y convencer [risas], pero no mando yo, yo soy el que decido. Si no delegas, no puedes hacer nada en este mundo, yo no puedo ser el tío que lo dirige todo porque es muy grande. Si tuviera una banda para tocar en mi pueblo, lo haría todo, pero yo no soy nadie sin la oficina y todos los demás.
- Dentro de la banda actual, Carlos Raya tiene un papel especial.
- Su papel es muy importante. En la banda yo le doy la responsabilidad. No es estrictamente el director musical como puede ser el director de una orquesta o de una ópera, porque el rock es otra cosa: todos opinamos, todos somos músicos, es diferente, pero sí le doy esa responsabilidad: dirígenos tú. Además, es el productor de los discos. Y, en lo personal, es el padrino de mi hija.
- ¿Cuando acabas una canción le llamas a él?
- Solo llamo a la gente cuando creo que tengo una canción, no suelo enseñar proyectos, y él es el primero que la escucha, además de mi familia. De lo que tengo ahora creo que sí ha oído algo. Tengo mucha confianza en él, quizá al principio me daba más vergüenza.
- ¿Es el mismo papel que hacían antes Uoho o Batiz?
- Eso es, yo creo que es el mismo.
- ¿Se notan en tu carrera las diferencias entre cada uno y su influencia?
- Creo que sí, porque son tres personas completamente distintas. A todos les flipa Johnny Winter, pero cada uno piensa la música de una forma: cómo se graba un disco, cómo se hace una gira, etc., y yo me dejo influir por la gente a la que admiro. No creo que se pueda progresar de otra forma. Tú solo frente al mundo, y sin más ayuda que tu puto talento, es muy complicado.
- El proyecto de Fitipaldis ¿de verdad empezó como algo personal con las canciones que no encajaban en Platero? ¿Nunca te lo planteaste como un plan B?
- De hecho, el primer disco se llama A puerta cerrada porque era eso, solo tocábamos a puerta cerrada. Yo siempre llevaba una guitarra en el coche, quedábamos en el bar de no sé quién y, cuando se iba la gente, la sacaba para cantar esos temas que luego grabamos en el disco, y el disco me lo grabaron porque era el cantante de Platero, no por otra cosa.
- Dejar Platero, una banda que estaba en su mejor momento, para dedicarte a Fitipaldis ahora todo el mundo lo ve muy normal, pero entonces fue un salto al vacío.
- Claro. Dejé Platero para volver a hacer bares, pero con esa ilusión que te dan los proyectos nuevos. Es como cuando te enamoras de alguien, lo dejas todo y te vas a vivir a Nueva Zelanda. En este caso fue igual, yo tenía una ilusión de la hostia, como con Platero al principio. Íbamos a tocar flipando en la furgoneta. También hubo el lado más cabrón. La redes sociales estaban en pañales pero ya existían y yo no me asomaba a un ordenador ni en broma. Parecía que había ocurrido un desastre.
- ¿Te interesan las redes sociales?, ¿sigues lo que dicen de ti?
- No, no me atrevo. Por un lado, no me interesan, ni siquiera tengo WhatsApp, sigo mandando SMS y mis amigos se ríen. Lo único que me interesa es YouTube, pero soy capaz de entender que las redes sociales y las nuevas tecnologías transforman el mundo.
- Con el primer disco que lanzas tras dejar Platero, Lo más lejos a tu lado, tienes un pelotazo impresionante.
- Yo lo describo contando que nosotros siempre llamábamos a los sitios a ver si nos dejaban ir a tocar y, a partir de ahí, ya no tuvimos que llamar nunca, llamaban ellos siempre.
- Pasaste del éxito como de culto de Platero, por llamarlo de alguna manera, al éxito mainstream que llega a todo el mundo.
- Sí, el que llega a las familias.
- Y enseguida llegaron las críticas de «antes molabas más».
- Esas críticas siempre han estado, sé vivir con ellas como si fueran alegres duendecillos [risas]. La gente cree que te pueden ofender, pero no. Cuando hicimos el segundo disco de Platero, decían que el primero era mejor; cuando hicimos el tercero, el bueno era el segundo… Eso es así siempre. Son duendecillos simpáticos.
- Al margen de eso, ¿cómo viviste ese éxito tan grande?
- Lo del gran éxito a mí me pillo en la clínica, fue en esa época cuando me fui. Para mí fue increíble, no solo el disco, todo: la forma de crearlo, el estar en el local de ensayo con Batiz y una lámpara que se había inventado él para absorber los graves y no sé qué movidas. Era increíble, y recuerdo a la gente de la discográfica escuchar las canciones y decir que eran acojonantes pero que no había singles, que el disco era muy difícil… Yo estaba en mi mundo de alegría y de jolgorio, todas me parecían un single y creía que le iban a gustar a cualquiera. Lo tenía clarísimo. Pero también nos pilló por sorpresa completamente. Con «La casa por el tejado», el primer single, hicimos un vídeo con un robot que entonces era tope, yo iba con él y lo hacía fatal [risas]. Luego apareció por la discográfica Dani Martín, de El Canto del Loco, escuchó «Soldadito marinero», que era la canción lenta del disco, y no sé con quién habló, pero dijo que tenía que salir como single y ya jodí la vida [carcajada explosiva], ¡ahí jodí la vida!
- ¿Tienes esa sensación de haber jodido tu vida?
- ¡No! ¡Qué voy a tener! Al revés. A las canciones hay que darles siempre las gracias. Hay mucha gente que se ha acercado por «Soldadito marinero».
- Me interesa mucho ese momento en el que estás grabado Lo más lejos a tu lado y de ahí te vas directo a desintoxicación. Has contado que estabas completamente obsesionado, que nunca lo habías estado tanto.
- En mi puta vida.
- No comías, no dormías, ¿cómo fue?
- Puro amor, imagínate. Lo cuento así para que la gente que no graba canciones lo pueda entender. Como si ves a alguien, te enamoras y todo se reduce a eso. Para mí, el mundo se redujo a las canciones de ese disco. Por un lado es fatal, porque acotas mucho…
- Te quedaste vacío.
- Fue un exceso, un exceso de anfeta, de no dormir, de estar todo el rato, fue un exceso de fijar la mirada en un punto, con todas las cosas malas que eso conlleva. Te olvidas del resto: ser amigo, padre, compañero, olvidas la guerra de Irak, cualquier otra cosa. Está muy bien ser obsesivo, pero yo no quiero volver a serlo.
- Es curioso que coincidieran ambos momentos: todas las alegrías que te trajo el disco y ese desmoronamiento.
- Si te pones a pensar, no lo es tanto. Las cosas importantes en la vida suelen pasar así: lo aglutinan todo. Es lo que siempre se dice con los hijos: te dan todas las alegrías y todas las preocupaciones, y tu trabajo también.
- ¿Cómo recuerdas el paso por la clínica? Fue muy breve, solo dos semanas.
- Como si fuera otra persona. Ahora es un recuerdo divertido que podemos comentar y tampoco fue tan traumático. La vida es así y ya está. El momento justo anterior, cuando tocas fondo, el de decir «llama a alguien que me ayude», eso sí que lo recuerdo un poco nublado, no tengo una sensación buena. Pero una vez que estás en la clínica, una vez que reconoces que estás jodido, ya todo va para arriba. La putada es decir «estoy jodido». El momento de la clínica lo recuerdo como algo divertido, estaba en Bilbao, no me conocía tanta gente… Ahora tendría que buscar una clínica cerca de París [risas]. Recuerdo una habitación y que venían todos los amigos, parecíamos una familia gitana, todo el mundo preocupándose… Me acercó mucho a Iñaki, a Uoho. No quiero centrarme en él porque me ayudaron todos, pero de la clínica salí a vivir a su casa. Lo recuerdo como algo chulo porque todo el mundo se portó muy bien.
- De ahí, como comentábamos antes, sales y te metes una gira de ciento treinta y cinco conciertos, tu mayor gira. ¿Cómo es subirte al escenario sin meterte nada?
- Imagínate. No es solo subir sin meterte nada, es pasar de la clínica al éxito del disco, del polo norte al Sáhara, y medicado. Tenía que tocar a ciertas horas, intentábamos que no fuera muy tarde porque tenía que dormir no sé cuántas horas, tomarme seis pastillas al día… Era complicado.
- Me sorprende que te diera por el speed, siendo un tío tan nervioso, en lugar de marihuana, heroína o cualquier otra cosa para relajarte o que te bajara.
- No es tan raro, yo luego me he informado y es frecuente. A un tipo normal que consume anfetaminas el corazón se le pone como si se le fuera a salir por la boca, pero a los que somos muy nerviosos nos centra.
- Después de dejarlo, ¿has seguido alguna política respecto a las drogas en la banda, como decirles que no se metan o que no se metan delante de ti?
- No, hombre, también es una cuestión de tacto de los demás y yo no he tenido que hacer nada: si alguien está dejando de fumar, no te pones tú a fumar a su lado. Y luego yo he recaído mil veces. Lo peor de las drogas no es ese momento del susto, cuando saltan todas las alarmas y tú te das cuenta de que tienes un problema. A partir de ahí, anda que no te queda. Lo peor no es la clínica, lo peor son las recaídas, lo peor es cuando haces algo que te pilla un poco bajo y vuelves a drogarte… Tú no tienes problemas con las drogas mientras eres coherente con tu vida y te sientan bien. En el momento que te planteas que no quieres hacerlo pero lo haces, ese es el momento malo. No eres libre para elegir sí o no. Esa es la gran putada de las drogas. Pero mientras no tengas problemas y las neuronas están ahí bailando es genial.
- Nunca has tenido el típico discurso del converso de «las drogas son el diablo».
- Es que el diablo son otras cosas [risas]. Yo puedo hablar de ellas porque lo he vivido en mis propias carnes y me tomo la licencia de ironizar, de casi hacer burla. Lo he vivido y alguien que ha vivido algo adquiere ese derecho, aunque es verdad que a veces no sabes medir, y lo que no me gusta es dar el discurso de «drogas sí» porque hay mucho engaño con las drogas, y en el mundo del rock hay mucha gente que piensa que Jimi Hendrix tocaba bien porque se drogaba, y eso tampoco. Yo creo que es bueno decirle a un chaval que no se drogue. Por lo menos que no lo haga buscando talento. Janis Joplin cantaba bien porque cantaba bien y luego se comía ácidos o lo que fuera, y si hubiera comido manzanas hubiera cantado igual de bien. Pero las drogas no son el demonio. Para mí el demonio es la violencia, es matar, es hacer el mal.
- Hablando del demonio, de pequeño ibas para cura.
- [Risas] Esas cosas a mí me las ha contado mi madre, yo no las recuerdo. Bueno, sí recuerdo que llevaba siempre un niño Jesús de esos del Belén en el bolsillo. Pero no sé, porque yo hablo y a veces no tengo claro si lo que digo es verdad. Y, desde luego, no sabía lo que era Dios, y la Iglesia mucho menos.
- ¿Ahora tienes fe? ¿Eres creyente?
- Tengo fe porque me la autoimpongo. Es difícil de explicar. Todos tenemos esa sensación de «yo paso de la Iglesia, pero seguro que hay algo más». Es muy común en el ser humano y me gusta estar ahí, pero mis hijos no han hecho la comunión y yo con la Iglesia tengo muchas cosas que no, como la mayoría. Ahora, ¿quiero reducirlo todo a lo material y a lo científico? Es que me parece más sencillo creer en Dios que no creer, aunque solo sea porque prefiero sentir eso. Cuando estaba muy malito, decía «ay, Dios mío», y ya me valía. A veces creer en algo que sabes que es mentira mola mucho, pero sabiendo que es mentira, sabiendo que no es así. Hay que creer en la ciencia, la ciencia es lo que puede salvar a la humanidad, pero, joder, déjame a mí en mi nube azul.
- Pasas de ese niño que quería ser cura a trabajar de camarero en un burdel o un puticlub, no sé cómo quieres llamarlo. Parece casi la trayectoria de un bluesman del Mississippi.
- De un bluesman blanco [risas].
- El local ese, El Palanca, era de tu padre, ¿cómo era?
- Era un gran sitio. También todo hay que trasladarlo a esos años. Yo nunca he ido a un puticlub mas que a currar. Yo no sé cómo son ahora, solo puedo hablar de El Palanca. Es más, cuando empezó a cambiar es cuando me fui. Cuando yo entré, una chica era de Cuenca, otra de Santander, otra de Bilbao, una francesa… Tenían sus clientes y cada una hacía su vida. A mí me pilló un poco la transición, cuando empezó todo lo que se ha visto después: la mafia y que empiezan a venir chicas brasileñas o de no sé dónde. A la vez que yo empiezo a tener mucho curro con Platero y llega un momento en el que no estoy a gusto. Nunca habíamos tenido seguridad, imagínate, no hacía falta, y de repente hay porteros, hay hostias de vez en cuando… Era un ambiente que ya no era el de club de bohemia o de película en el que cada chica tenía sus clientes. Había clientes que ni siquiera subían con ellas, estaban allí, hablaban, le llevaban un regalo a alguna… A lo mejor llevaban quince años con ella y la chica estaba con varios clientes. Fue una experiencia bastante curiosa. Yo era muy joven, tenía veinte años y las chicas eran todas mayores, eran señoras. Me cuidaban, me hacían el nudo de la corbata… Era diferente.
- Escribiste «Tras la barra», que es todo un himno para los camareros. ¿Hay alguna otra canción dedicada a la profesión?
- No lo sé, pero seguro que alguna habrá.
- ¿Te la han agradecido muchas veces?
- Sí, es como lo que hablábamos de las drogas: bromeo con el tema porque lo he vivido. Mi familia se dedicaba a la hostelería, yo he crecido en los bares y he sido camarero años y años. Tengo un punto de vista del oficio que alguien que sea solo cliente no puede tener.
- La canción tiene un punto de reivindicación y de orgullo de clase.
- Claro, yo dejaba el autobús en el que volvía del colegio y, en lugar de irme a casa, me metía en el bar, donde estaban mis padres trabajando.
- Lo que no te gusta es hacer canciones explícitamente políticas.
- Siempre he dicho que cuando se mezcla la música con la política, la música siempre pierde. La política intenta arrimarse para maquillar lo que pretende hacer. Esa es mi opinión.
- ¿El músico se siente utilizado?
- Totalmente. Con Platero vivimos la época tan triste de ETA y las pocas veces que se juntó la música con la política… Yo he vivido las dos cosas: tocabas en un festival para las familias de los presos y entonces tú eras etarra, y no, no, era un festival para la familia de los presos. O ni siquiera pensabas que era para eso, pensabas que tocaba La Polla Récords y MCD, y tú querías estar ahí porque la Polla era la hostia. Era algo mucho más normal y cotidiano, pero desde fuera se veía diferente, veían que estabas apoyando una violencia que nunca has ejercido. Y pasaba al revés también. Si tocabas en un sitio que alguien pensaba que era españolista, te caían hostias por todos lados, y uno, que no tiene la cabeza para esas movidas, dice: que os den por culo a todos.
- Pero sí te has definido como una persona de izquierdas.
- Sí, aunque últimamente no sé dónde estoy. Es como todo. Si tenemos que hablar de lo social, claro que me encuentro más a gusto hablando con alguien de Podemos, porque sí entiendo que debería haber un bienestar general. No sé cómo hay gente que no puede pensar así. Eso me cuesta y ese pensamiento se conoce que es de izquierdas, pero ese pensamiento debería ser universal si hablamos de educación, de trabajo… Todo el mundo debería pensar lo mismo. No se debería pensar que es una élite la que tiene que estudiar, o que el trabajo debe ser remunerado, o si hablamos de igualdad de género… ¿Por qué nadie habla de putas? Ningún Gobierno se moja con la prostitución, o con las drogas… Se mojan sí, cárcel y fuera, a tomar por culo, ilegalizado. Por eso, si me tengo que definir de alguna forma, como creo que esos temas los plantea más la izquierda, pues digo que soy de izquierdas. Aunque he votado una vez a Izquierda Unida, a Anguita, y recientemente voté, fíjate qué acojonante, en las nacionales al PNV y a Podemos. ¿Cómo puedes votar al PNV, a Podemos y a IU? Pues yo qué sé… Lo que me pareció.
- ¿Notas que a raíz de la crisis, el 15M y de todo lo que ha pasado vuelve a haber interés por hacer una música más política? Incluso tú en «Nada de nada» incluías alguna referencia.
- No sé si hay un interés por parte de los artistas, no lo sé, pero sí resulta más difícil. Creo que hay menos libertad para decirlo. No digo que haya alguien que te lo impida de forma tajante o que te corte, pero sí te cortan la cabeza de una forma más indisimulada.
- ¿Te refieres a los linchamientos en redes sociales?
- Sí, yo puedo hacer la canción que me salga de los cojones, pero te van a juzgar echando hostias. Somos un país un poco paleto todavía. Somos incapaces de asumir que un tío que sea cantante pueda opinar de algo. Digo cantar o escribir o actuar o ser bombero. Hay menos libertad porque quieres exponerte menos. Te expones mucho hoy en día.
- Tu suegra, Marisol Linares, fue diputada del PP en las Cortes Valencianas. ¿Cómo son las comidas familiares?, ¿discutís mucho?
- No discutimos porque no hablamos de política. Para mí mi suegra es más maja que la hostia, me quiere un montón, me mima, quiere mucho a mis hijos… Lo único que me da es cariño y me hace unas comidas de puta madre. Pero con ella yo no puedo hablar de política.
- En una entrevista ella presumía de los arroces que te hace.
- Es de Castellón y sabe hacer arroces. A mí me hablas de mi suegra y solo me salen cosas buenas.
- ¿Qué te parecen las listas que han hecho algunos Ayuntamientos con canciones supuestamente machistas?
- [Risas] Joder…
- ¿Han incluido alguna tuya?
- Pues no sé, ni lo sé ni me interesa. Me parece tan paleto que alguien tenga la autoridad para decir lo que está bien y lo que está mal cuando hablamos de canciones, o que revisemos novelas, o chistes… Si eres yihadista, lo entiendo. Pero si eres una persona del siglo XXI, estás por las libertades y crees que una canción es un acto violento, pues tío, que te den por el culo. Yo el otro día le decía a uno que hay mucha gente que debería revisar lo que es el fascismo. Siempre lo digo: hay gente que no ha visto la esvástica en la Torre Eiffel. Chavalín, o no chavalín, tú mira eso e imagina que pasa ahora. Eso es fascismo.
- ¿Lo dices por las acusaciones a Serrat de fascista?
- Eso, eso, tú imagínate hace diez años que alguien dice que Serrat es fascista. ¡Tío! Ese sí que se ha comido un tripi… Que a mí me digan que alguna canción es machista… Es que quizá lo es, pero no está agrediendo a una mujer, ni se está follando a un monaguillo… Un chiste sobre alguien que se folla a un monaguillo, ¡no se está follando al monaguillo! A lo mejor tiene que haber novelas que hablen de cosas horribles, pero son novelas, o son obras de arte, o una fotografía, o un dibujo…
- ¿Nunca te has planteado montar un bar?
- Cada vez que acabo un disco [risas]. Mi mánager siempre me lo dice: «¿Qué, ahora montamos el bar? Esto no hay quien lo aguante…». O después de un gira. Además, lo tengo claro: tendría motos, rock y comida.
- Parece que estás describiendo el Hard Rock.
- Sí, pero tiene que estar un poco aislado, in the middle of the road [risas].
- Y con comida de calidad.
- Tiene que ser un poco Euskadi.
- ¿Eres muy aficionado a la gastronomía?
- Me gusta comer bien, como a todos. El hábito que tenemos en España no existe en otros países, la comida es más que comida, es un espacio de tiempo maravilloso, le dedicamos muchísimo tiempo, y en Euskadi imagínate, todo lo hacemos alrededor de la mesa, todo…
- ¿Viviste el Bilbao chungo de los ochenta o estabas en Laredo?
- El de los ochenta no lo viví del todo, sí viví los coletazos y ese Bilbao feo, que era feo y a la vez interesantísimo.
- Me refería a las tensiones sociales, la desindustrialización…
- Eso sí lo he vivido, las manifestaciones, los cierres de astilleros… Fue la conversión total de una región industrial no al 100%, sino al 200%, porque Bilbao era industria, no era otra cosa. Teníamos un ría para echar la mierda, no para pasear por ella. Había un amigo mío, eso se me quedó grabado, que me dijo que me fijara en cómo eran las aceras de Bilbao —ya no son así— y eran estrechas. «¿Sabes por qué? Porque son para ir a trabajar, no son para pasear». Joder, me dejó… Y ahora cada vez que voy a un sitio nuevo me fijo en las aceras.
- Platero surge un poco como respuesta al rock radical vasco, borrachera y diversión frente a las canciones políticas, letras en castellano frente al euskera…
- Sí, Platero surge como suelen surgir todas las bandas: no hay un guion. Yo vuelvo a Bilbao después de unos años en Laredo y retomo la amistad de pequeñajos con mi vecino, que era Juantxu, el bajista. Yo estoy trabajando y mi aita siempre me animaba, él ya murió y le debo muchísimas cosas. Un día me dijo que me fuera con Juantxu al local. Porque yo, con todo lo nervioso que soy, era muy pa dentro, me daba vergüenza todo, no sé si era vergüenza o algo parecido. Yo ya tocaba la guitarra y él tenía una banda en la que estaban Iñaki y Jesús. Había un tío que cantaba, el Mono lo llamaban, y que luego fue amigo nuestro. Iñaki me preguntó si sabía tocar algo de Leño y yo le respondí que de Leño me las sabía todas. Me puse a tocar y a cantar. No me comentaron nada y a la noche, o al día siguiente, vino Juantxu y me contó que Iñaki había dicho que si quería entrar en la banda. Esa fue la sensación más increíble que he tenido nunca, con todas las recompensas que he tenido luego, y han sido muchas. Yo paseaba por Bilbao diciéndome que tenía una banda de rock.
- Sí que compartíais circuito con el rock radical vasco y la relación con ellos era buena.
- La relación era buenísma. Aquí estaba la movida madrileña y allí era el rock radical, mientras en Vigo había otra historia y en Andalucía, otra… Aunque nosotros no fuéramos del rock radical, la suerte fue que usamos la misma logística: estaban los gaztetxes, las distribuidoras… Todo lo podías hacer por unos cauces que no eran los normales. Nosotros tocábamos todas las semanas, aunque no venía nadie a vernos.
- Eso hoy sería impensable.
- Te ponías a buscar conciertos. Llamabas, por ejemplo, al gaztetxe de Llodio. Preguntabas cuándo tenían libre. El miércoles. Pues apuntado concierto de Platero el miércoles. Te hacías todos los gaztetxes y había en todas partes. En algunos sitios hasta había más de uno. Las maquetas igual. No hacía falta que te fichara una discográfica. La grababas y la vendían en los bares, se vendían un montón. Nosotros vendimos cinco mil casetes. ¿Cómo se distribuían? Había una distribuidora en Vitoria, otra en Bilbao…
- Vuestro lema era «Somos borrachos, drogadictos y tocamos rock and roll».
- Eso nos lo tomábamos al pie de la letra [risas].
- Pero luego la música la vivíais con una seriedad casi profesional, estabais volcados.
- Con veinte años estabas todo el rato pensando en la música, era obsesivo. Uno hacía carteles, otro llevaba las maquetas… Era una cooperativa de cuatro tíos.
- ¿Hay algo que todavía no se haya contado del final de Platero?
- La realidad es que acabamos en La Riviera de Madrid, haciendo tres conciertos.
- El público en esos conciertos no sabía que os separabais.
- No lo sabía. Nosotros sí. Cuando yo dije que quería dejar Platero y dedicarme a Fitipaldis me pidieron que no lo contara y me pareció bien hacerlo así.
- La banda lo sabía, ¿no? Porque también se dijo que ellos no estaban enterados.
- La banda lo sabía, ¡cómo no iban a saberlo! Y nunca ha habido mal rollo en Platero, ni antes ni después.
- ¿Sigues manteniendo el contacto con todos?
- Con todos no. Pero no porque me lleve mal con nadie. Jesús rehízo su vida, se fue a vivir a otro sitio. Yo también me fui… Al principio vivíamos todos en Bilbao. Éramos vecinos. En la misma calle estábamos tres y Jesús en la siguiente. Estábamos todo el rato juntos… Y luego cada uno se fue distanciando por las cosas personales. No es que nadie huyera. Fue la vida. Yo encontré un piso de alquiler que me costaba lo mismo pero con un terreno. Vivía en Zabala, pagaba cuarenta mil pesetas y encontré una cosa en el campo por lo mismo. Iñaki buscaba un sitio grande para montar un estudio y se fue a Múgica… La vida…
- ¿Te ves mucho con Iñaki?
- Estuvimos hace dos semanas viendo un concierto en Bilbao.
- Has contado alguna vez que cuando conocisteis a Extremoduro os acojonaron, ¿cómo fue esa primera impresión?
- La primera vez que les vi fue en Plastic, un programa de televisión que era la hostia. De repente sale un tipo cantando «Jesucristo García» y fue una revolución. La Revolución francesa con una guitarra. ¡Qué es esto! ¡Cómo mola! ¡No se parece a nada! Me quedé muy impresionado y lo comentamos todos. Pues resulta que poco después tenemos un bolo en Burgos con Tuco y los Definitivos, una banda bastante curiosa que no sé si aún existe, y con los Extremoduro. No sé si fueron treinta personas a vernos. Ahí les conocimos. Eran un caos. Si nosotros éramos un caos, ellos nos superaban [risas]. El más normal era Roberto [risas].
- ¿Tu relación con él es tan buena como siempre?
- Ahora la tengo un poco perdida. Por mi culpa, porque no nos llamamos o lo que sea… Él está superfeliz haciendo su proyecto en solitario y yo eso lo entiendo perfectamente. Roberto es un gran tío, tiene un imán, es un artista… Cuando yo me replanteé mi profesión en parte fue por su culpa, me di cuenta de que sus textos, su forma de escribir, a mí me enseñan muchas cosas. Yo nunca he intentado copiarle, pero cuando le descubro comprendo que hay cosas extramusicales que molan mucho. Querer a Roberto y admirarle es muy fácil.
- Él fue muy generoso al llevarte de gira cuando empezabas con Fitipaldis.
- Yo nunca le voy a estar suficientemente agradecido, cuando me dijo [imita la voz rota y el acento extremeño de Robe Iniesta]: «Fito, estoy pensando en salir de gira y necesito alguien que cante peor que yo, ¿quieres venir conmigo?» [risas]. A mí me dio un cague de la hostia, porque Extremo era Extremo, y Fitipaldis no era nada, nada, absolutamente nada. Teníamos A puerta cerrada y nos conocían tres. Qué vértigo. Pero como los Zigarros: a todo que sí.
- La música que hacíais en ese momento tenía poco que ver.
- Bueno, mi visión de la música siempre iguala todo y no encuentro tanta diferencia entre Motörhead y A puerta cerrada o entre Roberto y Fitipaldis. Yo solo veo una batería, un bajista, dos guitarras y un cantante. A lo mejor sí encuentro más diferencias si me hablas de música india, pero entre el pop y el rock son acentos lo que cambia. Otra cosa es que somos muy talibanes y pensamos que hay diferencias no ya entre Rosana y Metallica, sino entre Metallica y AC/DC. Claro que las hay, gracias a Dios, pero la música es mucho más universal que eso.
- El hecho de que Iñaki se fuera con Roberto a Extremoduro, ¿a ti te dio libertad para acabar con Platero o alguna vez has sentido celos?
- No, nadie lo sintió. Además, fue una cosa supernatural. Iñaki y Roberto, cuando se conocieron, se podían haber casado. Son totalmente complementarios. Todos vivimos ese momento. Iñaki y Roberto enseguida empezaron a trabajar juntos, Roberto estuvo años viviendo con Iñaki, él tenía bastantes problemas, digo problemas en general: la banda, todo… Iñaki le ayudó mucho a rehacer su vida. Estaban todo el día juntos.
- La primera experiencia de Platero con una discográfica fue bastante mala.
- Sí [risas].
- Luego has seguido siempre con la misma compañía, ¿nunca te ha apetecido cambiar?, ¿siempre te has sentido respetado?
- He tenido suerte. No puedo contar grandes maldades que me hayan hecho. Las discográficas son un mundo muy dado a que te sucedan cosas. Hemos tenido los rifirrafes normales en treinta años. Y digo que es una suerte porque, cuando uno se va de una compañía, en Estados Unidos a lo mejor es porque otra te ha ofrecido doscientos millones de dólares, pero en España, cuando uno cambia de discográfica, es porque ha pasado algo malo [risas], aquí no sales porque te han untado, sino porque tienes un cristo que no les quieres volver a ver. La primera experiencia fue con Welcome Records y hasta resultó graciosa.
- Ahí sí que salisteis corriendo.
- Fichamos porque nos ofrecieron un contrato de un disco y no queríamos casarnos con nadie, un disco está bien, pero fue un poco desastre. Fuimos a Barcelona con toda la ilusión a grabar, nos metieron en una pensión y recuerdo que, cuando nos volvíamos, la señora salió gritando que quién pagaba y nosotros diciendo que éramos de Welcome Records, que pagasen ellos [risas]. Todo fatal.
- El cambio o el hundimiento de la industria tú lo has vivido, lo que era hace treinta años y lo que es ahora.
- Se ha transformado.
- ¿Lo ves mejor o peor? Antes hablabas de YouTube.
- A mí me encanta YouTube.
- Ahí están todos tus discos. ¿Te parece justo el pago de derechos? Muchos músicos se han quejado. YouTube no es una ONG.
- Para mí, lo ideal sería seguir vendiendo discos, pero vinilos, no CD. Si yo tuviera la varita mágica para transformar el mercado discográfico es lo que haría. Me sigue pareciendo mágico grabar discos y crear una cultura que no solo es musical. Si hay estudios buenos es porque había producciones brutales. Imagínate Rumors, de Fleetwood Mac, se pasaron un año grabándolo, o dos. ¿Cuánto cuesta eso? Hoy en día es impensable. Eso crea un montón de profesionales. El que ponía el micro, por ejemplo, no hablo del ingeniero, sino de ese señor, eran putos especialistas. Por eso no hay que confundir nunca. Si grabas en tu casa con un Mac, eso no es un disco, es una maqueta, y me parece muy bien y está de puta madre, pero un disco es otra cosa. Un disco es juntar a veinte tíos o treinta, cada uno con su profesión, que aporta su grano de arena. La pena es que eso desaparezca porque ya no hay producciones que den beneficios. Ya nadie está un mes grabando. Eso para mí sería lo ideal. Pero, por otro lado, yo antes veía la portada del Made in Japan de los Deep Purple y ya está, se acabó, me tenía que imaginar el resto. Ahora puedo oírlo en YouTube y eso crea también una cultura brutal, porque un chaval, cuanta más información tiene, mejor y más aprende de lo que es el mundo musical. YouTube no es una ONG, pero yo puedo ver ahí muchísima música que no puedo oír en la radio. Ahora, por ejemplo, viene a Zaragoza Cory Henry, un tío que toca el Hammond y es brutal. Yo solo lo puedo ver en YouTube, ni siquiera puedo comprar un disco, tengo que encargarlo a Estados Unidos.
- ¿No se ha precarizado todo mucho? No digo en tu caso, pero ¿vivir de la música no es ahora mucho más difícil que antes?
- Nunca fue fácil. Cuando se grababa en vinilo, ¿quién grababa? Había unos filtros de la hostia. La música y ciertas profesiones nunca son fáciles. Si tu plan de futuro es ser músico, estás en la cuerda floja. O si eres actor, o pintor… Mi hijo mayor toca en una banda y yo siempre le digo que lo más probable es que no se pueda ganar la vida con su música, pero que se prepare porque hay muchas academias, hay tutoriales, hay información sobre equipos… Parecen tonterías, pero esa es la cultura de la música. Cuando yo me compré mi primera guitarra, en mi pueblo no vendían cuerdas y tenía que esperar a que mis padres fueran a Bilbao, y hablo yo, si hablaras con Miguel Ríos, flipas. No existían locales de ensayo en Bilbao, tocabas en un garaje hasta que los vecinos se cabreaban y te echaban. Los chavales de ahora tienen locales en cada pueblo y eso les permite ponerse en contacto y rodearse de gente que sabe más, todas esas cosas son mucho más fáciles. Cuando hablamos de YouTube me refiero a eso: tienes una ventana abierta a un montón de cosas y claro que es más difícil, porque el escaparate es tan grande que nadie se va a fijar en ti. En España, el circuito del rock no difiere mucho de cómo era hace unos años: salas, salas, salas… Lo raro es una banda que llene pabellones.
- ¿No hay ahora menos salas?
- Sí, hay menos porque hasta ahora hemos tenido el IVA cultural y jodía un montón. Palmabas aunque llenaras, no daba. No podías tocar para menos de trescientas personas. Las ciudades además han cambiado. Antes había mogollón de salas en los barrios y ahora nadie quiere ruido, las ciudades han echado fuera las salas. Bilbao es una ciudad preciosa, pero suceden menos cosas, y me imagino que en el resto de ciudades pasa un poco lo mismo, y tampoco es malo del todo, las ciudades son para las personas.
- ¿Cuántas guitarras tienes?
- Muchas más de las que puedo pensar y de las que necesito. A lo mejor treinta.
- ¿Les pones nombre?
- Solo a una: Basurilla, porque la pobre está tan rota…
- En otra entrevista decías que te podías gastar treinta mil euros en una guitarra, pero que no lo hacías por pudor, o que te comprabas revistas de coches, pero luego no te comprabas coches.
- Ciertas guitarras, las vintage de los sesenta, no sé cuándo empezaron a ser obras de arte. Las compran coleccionistas, no músicos, y los músicos estamos un poco fuera del mercado. La primera Strato, del cincuenta y pico, cuesta una barbaridad.
- Pero ¿tienes esa relación con el dinero de no gastarlo a lo loco?
- No, no es gastarlo a lo loco. Ahora, por ejemplo, se me rompió el coche y me he comprado uno estupendo para hacer la gira, eso me parece bien. Pero guitarras tengo treinta, me he gastado una tela y me sigo comprando sin necesidad ninguna. Una Strato de las que uso yo puede costar en una tienda treinta o cuarenta mil euros, y me parece una aberración. Yo le doy ese dinero a mi madre y vive muy bien. También es verdad que los músicos no compramos en las tiendas. Hay gente que quiere cambiar de guitarra y las va vendiendo. Yo nunca he pagado esas barbaridades, pero tampoco he pagado menos de siete u ocho mil euros por la guitarra que tengo.
- ¿Cómo fue la gira con Calamaro?, ¿qué tal con él?
- Con él, bien. Para mí salir con Calamaro era una ilusión de la hostia. Nunca hablamos de eso, pero no estaba en su mejor momento, se estaba reencontrando consigo mismo y le vino bien probarse en mi gira, ver que podía salir delante de veinte mil personas y que se sentía cómodo. Lo hizo arropado por su banda y por nosotros. Yo lo entiendo perfectamente porque a mí me sucede muchas veces.
- ¿Te has vuelto muy friki del deporte?
- Es lo mismo que hablábamos antes de las adicciones. Yo me podría enganchar a comer galletas, o a lo que sea. Lo que pasa es que con el deporte tengo la excusa perfecta: ya he cumplido los cincuenta y quiero estar bien, porque tengo una niña de tres años y, cuando ella llegue a los treinta, yo estaré hecho mierda. También tengo que estar bien para las giras. Miguel Ríos contaba en su biografía que fue con su madre a ver a Antonio Machín y estaba mayorcísimo. Su madre se lo dijo: «Miguel, tú cuando estés así no salgas» [risas]. Pues yo igual. No soy coqueto, pero quiero estar bien para subirme al escenario, no quiero que me vean echar la pota. Así que tengo las excusas perfectas: mi profesión, los hijos y que me engancho enseguida.
- ¿Corres maratones?
- Sí, bueno, medias, veintiún kilómetros.
- Parece que es obligado preguntártelo: ¿vais a volver Platero?
- ¿Volver a qué, a liarlas? [risas].
- A tocar, o un polvo esporádico, como ha dicho alguna vez Iñaki.
- Es muy difícil. Yo no tengo ese pensamiento, no creo que sea una buena idea. Las bandas se suelen juntar a golpe de chequera y poco más. Si hubiera un proyecto real… Pero es que creo que sería un mierda, realmente lo pienso. O quizá no sería una mierda, pero no sería Platero y no iba a sonar como la gente espera. Muchas veces mitificamos las bandas porque mitificamos lo que nos pasó en esa época. La gente era muy feliz porque tenía veinte años, porque también se drogaban y bebían [risas], y piensan que eso puede volver. Pero no puede volver ni para Platero ni para el público.
- ¿No hay un público nuevo de gente joven que escucha a Platero?
- Claro, por eso no hay necesidad. Yo siempre digo que las bandas no se mueren, se mueren los músicos. En el momento en que un chaval de dieciocho años lleva una camiseta de Platero y escucha A pelo, la banda no se muere. ¿No dicen que se ha muerto Tom Petty? Pues no se ha muerto, porque yo llego a casa y sigo oyendo sus discos.
- ¿Has tenido alguna vez la sensación de que el ego se te iba de las manos?
- Sí, yo creo que esa es una pregunta que tienes que hacértela siempre y planteártelo para que no se te vaya.
- ¿En qué lo has notado?
- Porque en este mundo es muy fácil que todo gire alrededor de lo que tú haces. Yo creo que no me siento superior o mejor que nadie. Esto no es el deporte, no se trata de llegar el primero ni jamás he tenido la sensación de lucha con los demás. A revés, casi siempre me siento intimidado por otros artistas.
- ¿Intimidado?
- Sí, siento mucho respeto y admiración por mucha gente, y hago ese esfuerzo para que no se me vaya.
- ¿Tienes a alguien que te ponga los pies en el suelo?
- No tengo esa necesidad. Todo el mundo que está conmigo me trata normal. Sí es verdad que, aunque suene a monje budista, a mí me gusta la gente que se para cinco minutos para plantearse si ha actuado bien ese día.
- ¿Tú lo haces?
- Yo sí, me planteo todo el rato lo que hago, no puedo imaginar cómo puedes mejorar si no. Yo no tengo las virtudes a flor de piel, no soy un tipo virtuoso para nada, y por eso me lo planteo a nivel profesional y personal… Y la gente que está conmigo lo hace también.
- Y el nuevo disco, cuando haya canciones, ¿no?
- No hay otra [risas]…
- Dice Polako que eres el único artista independiente que hay en España porque sacas los discos y sales de gira cuando te da la gana, ¿estás de acuerdo?
- ¡No! Lo que él quiere recalcar es que el éxito no significa vivir en una mansión en Miami, sino que el éxito es lo que nos permite descansar.
- ¿El éxito es la libertad?
- El éxito es la libertad, por lo menos la libertad de que tus discos sean lo que tú quieres que sean. Llevo cinco años pensando en cómo va a ser el próximo. A los veinte no podía hacer un paréntesis tan largo porque no podía vivir, económicamente tenía que grabar un disco, y si me había salido mejor, bien, y si me había salido peor, pues había que grabar otro para compensar. El éxito es grabar un disco cuando quiero, no antes.
(Juan Vilá, Jot Down Cultural Magazine)